Primero fue poeta, luego rockera con lecturas dramatizadas de sus poemas y luego sumó al guitarrista Lenny Kaye a sus performances. Patti Smith en este álbum tiene
una muy clara estructura circular. Los temas que lo abren y cierran, Gloria (de Van Morrison) y My Generation (de The Who), son versiones que presentan unas sutiles modificaciones en la letra y una importante carga de rabia
proto-punk en ellas.
Los 37 minutos que transcurren entre estos dos temas son esencialmente poesía musical, recitaciones acompañadas por una instrumentación que se ve relegada a un segundo plano. Con esto no quiero decir
ni mucho menos que la música sea mala, ya que Patti supo acompañarse adecuadamente en este debut discográfico. Gente como Tom Verlaine (su pareja en aquel momento) participa en el álbum, y la producción corre a cargo
nada menos que de John Cale. No es difícil en absoluto ver la mano del galés en el largo: la segunda mitad de Birdland, tercer corte del disco, podría ser perfectamente un tema de The Velvet Underground. Otros son más
extraños… no puedo encontrar una razón para calzar Redondo Beach, la segunda canción, en un largo con una estructura musical tan característica, porque ese ritmo reggae que tiene se carga de un plumazo la unidad del
álbum, que con su omisión podría haber sido casi perfecta. Una mención aparte para el tema Kimberly, que sin tener nada especialmente significativo se convirtió casi sin darme cuenta en uno de mis temas favoritos del
disco, junto a la memorable versión de Gloria (sí, sé que soy original…)
Ya para terminar, señalar (otra vez) la enorme importancia que tiene la poesía en este álbum, lo que sin duda le resta atractivo para los que no somos de habla inglesa,
al no poder disfrutarlo igual. No es que no tenga ni idea de inglés, pero desde luego no tengo el nivel suficiente para disfrutar de poesía urbana norteamericana de los años 70 a ritmo de rock. Muy relacionado con esto
mismo está el carácter eminentemente vocal del largo, y es que a pesar de no ser una música dedicada a lucirse en el canto es sin duda la voz de Patti Smith alrededor de lo que gira todo el disco. Ese protagonismo absoluto
de la voz es algo que sólo me gusta en el soul, prefiriendo en el resto de música su uso como un instrumento más. Esto resta muchos puntos (de un modo muy personal) a este valoradísimo primer trabajo de Patti Smith, aunque
es de justicia reconocer que se trata de un disco clave para entender el Nueva York musical de los 70, y eso ya es decir mucho.
Patti Smith tiene un lugar asegurado en la historia del rock'n'roll. Aunque sus mayores logros no pueden medirse según
criterios convencionales, como discos de platino y listas de éxitos, desde la publicación de su primer single, “Piss Factory”/“Hey Joe” (1974), y su álbum de debut, “Horses” (Arista, 1975), Patti Smith se erigió sin duda en un personaje único, una auténtica poeta del rock en un género
lleno de impostores y una agitadora que encarnaba el concepto mismo de rock'n'roll. Acuñando una música absolutamente nueva, áspera e impactante, Smith y su grupo abrieron las puertas por las que transitaron a sus anchas
los arquitectos del punk. A su vuelta a la vida pública a principios de los años noventa, después de una década dedicada a los estudios y la maternidad, el mundo había cambiado, pero las virtudes de Smith –su descaro
de factura “hazlo tú misma”, su fe en el futuro– parecían más valiosas que nunca; y hoy todavía lo son, como demuestra su hasta ahora último álbum, “Trampin'”(Columbia-Sony, 2004).