Estamos en 1971. Los Rolling Stones son dioses terrenales. Años de obras maestras, escándalos, encarcelamientos, juicios mediáticos,
millones de fans y críticos musicales a sus pies así lo atestiguan. Ese mismo año aparece “Sticky Fingers”, uno de sus mejores trabajos y una de las mejores grabaciones de rock de la historia.
Visto lo visto, cualquiera podría pensar que el barco Stone navegaba triunfante por las sobrias y tranquilas aguas del éxito. Nada más lejos de la realidad, ya que
una violenta tempestad azotaba la cubierta y un furioso oleaje amenazaba con engullir la embarcación para siempre en el fondo del océano. Allen Klein, que anteriormente había destruido el imperio beatle, se quedó con los
derechos de todo el catálogo de los Stones pertenecientes a Decca (1962-1969) y el fisco británico acosaba al grupo, al borde de la bancarrota. La banda decide exiliarse…
El lugar elegido es Francia, dadas sus más flexibles leyes fiscales, aunque, una vez allí, los Stones descubren que el lugar pierde atractivo al no contar con estudios
que cubriesen sus expectativas. Deciden temporalmente alojarse en la mansión que Keith Richards alquiló en el sur de Francia.
Allí comienzan las sesiones. El grupo cuenta con el apoyo de su propio estudio móvil, con el que después grabarían, entre otros, Led Zeppelin o Deep Purple. El sótano
de la mansión, que, como le gusta contar a Richards, fue utilizado por la Gestapo durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, es el lugar elegido para grabar, siempre por las noches. La humedad desafinaba las guitarras
continuamente, cada instrumento era colocado en un lugar diferente aprovechando la acústica, los cortes de luz eran habituales… si a todo esto se le suma la creciente adicción de Keith a la heroína, la visita a la casa
de traficantes e indeseables, las caóticas sesiones en las que los miembros del grupo se ausentaban cuando quería, cualquiera puede pensar que aquello no llegaría a buen puerto.
A pesar de las hostiles circunstancias, o quizá debido a ellas, la banda consiguió terminar uno de sus discos más ambiciosos, que llevó por título el elocuente
“Exile On Main Street”. Se trata de un disco doble, que salió a la venta en 1972, al principio vapuleado por la crítica, que acabó reculando para terminar poniéndolo en el pedestal de la historia del rock.
El disco contiene todas las influencias que los Rolling Stones tuvieron desde sus inicios. Podemos encontrar country, soul, R&B, blues… y es que, a pesar de lo desfavorable
de su situación, contaban con su mejor arma: su talento. La banda estaba en estado de gracia, con una inspiración que les duraba desde hace años, y es en este disco donde están algunos de sus mejores temas.
Cabe señalar que no es un disco fácil de digerir, de ahí la reticencia que tuvo la crítica con él en un primer momento. La producción no ayuda, ya que es densa,
oscura, húmeda, pero al final acaba jugando a su favor, consiguiendo que el disco tenga la atmósfera adecuada, la que plasma ese momento y ese lugar.
El disco abre con “Rocks Off”, y pone todas las cartas sobre la mesa. Esto es solo rock ‘n roll, pero me gusta. “Rip This Joint” sube la apuesta rockera: guitarras
eléctricas a toda velocidad, Mick cantando como si fuese negro, el saxo de Bobby Keys traza frenéticos solos, Wyman y Watts crean una base rítmica solo comparable a las bandas negras de los 50’…
“Shake Your Hips”, una de las dos versiones del disco, empieza con un texano riff de Richards, luego tantas veces imitado por gente como ZZ Top. Baja el listón
del disco con “Casino Boggie”, para mí uno de los temas más flojos del disco.
La cara dos del “Exile On…” comienza con el que fue primer single del disco: “Tumbling Dice”. Una de las mejores canciones de la banda, fija en el repertorio
de sus conciertos hasta día de hoy. Coros femeninos, toque gospel, Mick en estado de gracia… simplemente perfecta.
El grupo vuelve a excavar en el country con “Sweet Virginia”, otro de los mejores temas del disco y de toda su carrera. Guitarras acústicas, coros perfectos de
Keith y de nuevo el inefable saxo de Keys, que hace que el tema pase de notable a sobresaliente. “Torn And Frayed” Y “Sweet Black Angel” mantienen el nivel del disco, y llega “Loving Cup”, que cierra esta cara
dos con otro de los mejores temas de los Stones.
Tercera y penúltima cara del “Exile On…”. Comienza la guitarra de Keith en “Happy”, el único tema del disco en el que ocupa la voz solista. De nuevo el carisma
de Richards hace que el tema sea recordado para siempre en un lugar privilegiado en el cancionero Stone. Habitual de los directos.
“Turd On The Run” vuelve de nuevo al country, le aplica tintes folk y cierto aire rockero, para continuar con el tremendo riff de “Ventilator Blues” el único
crédito de Mick Taylor en los Stones como compositor. “I Just Want To See His Face” es un raro experimento que hace que el nivel del disco decaiga levemente, pero “Let It Loose”, medio tiempo con aires soul, se encarga
de levantarlo de nuevo, y de paso de cerrar la cara tres.
Sólo queda la cuatro, y la abre de manera brutal “All Down The Line”. De nuevo el viejo rock ‘n roll, el que nunca falla, y más si Mick Taylor toca la guitarra
slide de manera tan magistral. Más slide, y además armónicas de Jagger en “Stop Breaking The Down”, de nuevo versión del viejo y mítico bluesman Robert Johnson, exponente perfecto del blues rock en general y del sonido
Stone en particular.
El penúltimo corte es la celebérrima “Shine A Light” preciosa balada gospel, con hammond, piano… perfecta e imprescindible. El final es “Soul Survivor”,
con más slides y más coros soul.
Un disco perfecto por su imperfección, que gana más y más con las escuchas, aunque éstas sean mil. Cada vez que se escucha sorprende, asombra, entusiasma, ilusiona…
lo cual, en un disco que tiene casi cuarenta años no es poco.
Hace poco reapareció en el mercado remasterizado, con diferentes tomas de algunas canciones y unos cuantos temas inéditos, entre los que destacan “Following The
River” y “Ploundered My Soul”. Sorprende que canciones como estas, por las que matarían millones de grupos, hayan sido descartadas para el primerizo “Exile On Main Street”.
En conclusión, disco difícil de primeras, pero impensable vivir sin él cuando se le coge el punto. Perfecto.
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