‘Bridge Over Troubled Water’, editado en Estados Unidos a finales de enero de 1970, es un álbum eterno, tan heterogéneo como sublime y magnético. Un álbum de
difícil elaboración, en el que no solo afloraron muchas tensiones entre el dúo sino que estuvo presidido casi obsesivamente por la búsqueda de nuevos arreglos, sonoridades y efectos de todo tipo, especialmente el eco y
la reverberación, en los que el ingeniero Roy Halee se empleó a fondo, compulsivamente.
Asombra, en el documental que se ha añadido a esta nueva reedición, cómo se buscan los lugares más variados y hasta insólitos con tal de conseguir sonoridades nuevas e impactantes: los pasillos del estudio, una sala de eco, la entrada de un ascensor, la capilla de una iglesia… y hasta un estadio para conseguir el palmoteo de 8.000 personas. Una pelea técnica que lleva a doblar 14 veces la voz de Paul Simon en ‘The Only Living Boy In New York’ y a viajar de costa a costa buscando los estudios apropiados, no digamos arreglistas y orquesta. Todo ello se palpa en la sonoridad tan exuberante y a la vez tan variada del disco; una caudalosa, mimada y carísima forma de trabajar que hoy se antoja imposible, máxime tratándose de un dúo que, pese a ‘El graduado’ o ‘Los sonidos del silencio’, aún no había pisado la estratosfera del éxito.
Asombra, en el documental que se ha añadido a esta nueva reedición, cómo se buscan los lugares más variados y hasta insólitos con tal de conseguir sonoridades nuevas e impactantes: los pasillos del estudio, una sala de eco, la entrada de un ascensor, la capilla de una iglesia… y hasta un estadio para conseguir el palmoteo de 8.000 personas. Una pelea técnica que lleva a doblar 14 veces la voz de Paul Simon en ‘The Only Living Boy In New York’ y a viajar de costa a costa buscando los estudios apropiados, no digamos arreglistas y orquesta. Todo ello se palpa en la sonoridad tan exuberante y a la vez tan variada del disco; una caudalosa, mimada y carísima forma de trabajar que hoy se antoja imposible, máxime tratándose de un dúo que, pese a ‘El graduado’ o ‘Los sonidos del silencio’, aún no había pisado la estratosfera del éxito.
El documental citado, en el que intervienen tanto Simon como Garfunkel, pasa, sin embargo, de puntillas sobre sus tensiones mientras grababan el disco,
en noviembre del 69. Tensiones no solo artísticas sino también económicas: ambos cobraban al 50% en discos y conciertos, lo que a Simon no le convencía mucho; para eso componía la mayoría de las canciones y además aportaba
la voz, no tan brillante y en primer plano como la de su colega, pero sí muy eficiente e imprescindible.
En cierto modo, en ambos la pugna se desató de forma similar a cómo se había desatado en el seno de Los Beatles, entre Paul McCartney y John Lennon, durante la grabación
de ‘Let It Be’: el primero, tendente a la sobriedad, en tanto que el segundo quería grandiosidad spectoriana y detallismo. En el dúo, Simon era el partidario de hacer las cosas de manera sencilla mientras que Garfunkel,
azuzado por el productor e ingeniero Roy Halee, era el spectoriano. A tal punto llegó el desencuentro, que en la grabación de una de las canciones, ‘So Long Frank Lloyd Wright’, Simon dio portazo y se largó del estudio,
dejando la canción, que era completamente suya, en manos de Garfunkel. “Hazla como te dé la gana”, le dijo enfadadísimo. La pieza quedó sobria, pero Garfunkel no se retuvo en meterle fondo de violines y flautas. Ganó
él.
Tampoco coincidieron en el enfoque de la canción que daría título al álbum. Simon, que había compuesto la pieza escuchando un disco de gospel de Swans Silvertones,
buscaba un sonido cercano, consecuentemente, al gospel en tanto que Garfunkel persistía en su obsesión spectoriana y en el trabajo que el productor había realizado con The Righteous Brothers. También ganó la batalla,
no solo llevando la canción al terreno que él quería sino pidiendo, casi exigiendo, a Paul que compusiera una tercera estrofa que, luego se comprobó, remató la pieza magistralmente, convirtiéndola en una mini sinfonía
pop.
A la contra, Simon se empeñó en meter una canción andina –‘El cóndor pasa’- que había conocido en un viaje a París a través del grupo peruano Los Incas.
Con ella se adelantaba al etnicismo de los noventa en más de dos décadas. También hubo sus más y sus menos con ‘The Boxer’. A Simon le repateaba su final ampuloso, como le fastidiaba el aspecto pseudo reggae de ‘Why
Don’t You Write Me’ o el soporte de rock’n'roll clásico que había en ‘Keep Your Coustumer Satisfied’. Garfunkel le contestó no cantando en dos piezas del disco: ‘Song For The Asking’ y ‘Baby Driver. En el
capítulo de anécdotas, curioso fue el nacimiento de ‘Cecilia’: sobre un ritmo fuerte y metronómico que surgió espontáneamente una noche de fiesta en una casa alquilada de Los Angeles –la misma que había inspirado
a Harrison ‘Magical Mistery Tour’- mientras el dúo y sus amigos palmoteaban al unísono sobre sus rodillas y muslos.
‘Bridge Over Troubled Water’ fue, es suma, como ocurrió con el álbum blanco de Los Beatles, el producto de las desavenencias de dos músicos separados y enfrentados,
que luego el tiempo y sus ventas -25 millones de copias- refrendarían como uno de los álbumes capitales de la historia del pop. La imposibilidad de superarlo y los desencuentros entre la pareja llevó a su ruptura.